En mayor o menor medida, con mayor o menor fortuna, todas las
personas adultas conocemos la experiencia del amor, del enamoramiento, y
también del desamor y de las consecuencias emocionales que implica. Amor es un
concepto abstracto, por tanto subjetivo, de fácil y lógica interpretación,
que se puede vivir en determinados momentos de la vida y ante determinados
objetos, entendiendo por objetos, aquello que recibe el afecto. Amor puede
sentirse hacia un hijo, un animal, una casa (objeto físico), una entidad
espiritual, y también hacia la pareja. Hoy hablaré sobre el sentimiento que se
comunica, que se vive con otro, que permite, facilita y desarrolla la
institución de la pareja y legalmente, en un momento determinado, posiblemente
el del matrimonio. Ante este concepto abstracto nos preguntamos por la función
de esa particularidad del ser humano, cuya respuesta se podría entender desde
las religiones, la filosofía y la psicología, entre otros.
Desde la Psicología profunda, la función de la relación de
pareja es la de poder desarrollar la capacidad de amor que cada ser individual
tiene. La de poder tener un sistema, un espacio donde canalizar la viceralidad,
aquella parte del instinto del ser humano, esa necesidad vital que es la
capacidad de entrega, de abandono, de expansión. Dentro de la lógica natural,
de la ética del amor, lo primero que aparece es el deseo, el impulso de
atracción hacia alguien. Es un proceso energético que nadie puede explicar,
pero lo que puede ser una atracción sexual, intelectual, no implica la
creación de un compromiso, de un reconocimiento, en el que las dos personas
quieren compartir parte de su vida.
Existe diferencia entre el amor y la pasión. Puede haber
pasión sin amor pero nunca puede darse el amor si no hay pasión. Porque hasta
en el amor místico hay pasión. Pasión significa una exacerbación de un afecto
vinculado, transmitido, canalizado hacia otra persona o hacia otra entidad.
Puede haber momentos de pasión sin amor siendo solamente una pulsión en la que
se comparten momentos parciales sin problemas, siempre que haya un acuerdo. Si
no hay acuerdo es violación, no pasión.
Desde esta perspectiva, el amor de pareja tiene dos partes:
el momento de enamoramiento, que es un espacio donde la conciencia pierde los
referentes y se entra un poco en la locura porque es un espacio atemporal,
propio; y el amor, que es el compromiso y la elección que implica el reconocer
a aquella persona de la cual uno se enamora, como alguien con quien compartir la
realidad cotidiana, lo que implica un proyecto y, como explicaré mas adelante,
un reconocimiento mutuo emocional, cortical y sexual. Siempre se habla de que el
amor exige elección. Amas porque eliges y eliges porque pierdes, y por tanto
amas porque pierdes. El reconocimiento pasa por la existencia de una
satisfacción y de un placer de compartir, pero el problema empieza en la forma
de relacionarnos en pareja.
Puede darse, por ejemplo, el sentirse atraído y enamorado de
dos personas a la vez. Lo primero que hay que tener en cuenta es que hablar de
modelos en la relación humana, desde el punto de vista científico, es absurdo
porque existen muchas formas de relación. Ahora, desde el punto de vista ético
habrá que ver si esto se produce de manera clandestina, oculta, o es
transparente y aceptado por todos los implicados. Si una de las personas está
oculta ya no hay igualdad de planos. Y en esa no igualdad, es difícil que se
pueda hablar de una relación amorosa.
Puede darse también el caso de las parejas que comparten
espacios comunes y que entran más en la dinámica social tribal donde no están
marcadas las funciones jerárquicamente -padre, madre e hijo- como lo están en
la familia occidental. En la tribu, la responsabilidad de la educación es mas
amplia y por tanto hay otros personajes, con lo cual el peso, la responsabilidad
y el modelo de referencia no cae estrictamente sobre el padre y la madre. Las
consecuencias educativas que esto tiene están poco estudiadas, igual que están
poco estudiadas las consecuencias de las parejas homosexuales que adoptan hijos.
Hay muchas modalidades en el momento social actual, nuevas
formas de relación que no sabemos que consecuencias pueden tener porque es muy
poco el tiempo de existencia. Podemos opinar ideológicamente, pero no
científicamente. Las que si están estudiadas, y en lo que nos centraremos en
adelante, son las consecuencias traumáticas de una separación destructiva y
las consecuencias favorables de una separación cómplice, constructiva.
En general, hay dos niveles de referencia. Primero, el modelo
que nuestros padres nos han dado, es decir, la referencia educativa, y segundo,
la experiencia que hemos vivido a nivel afectivo, emocional y energético con la
primera pareja que se da en nuestra vida, con nuestra madre. El primer elemento
fusional en el que se crea realmente una dinámica de dos, profunda y con un
amor auténtico es la relación entre la madre y el bebé tanto a nivel
intrauterino como extrauterino. La que condiciona inconscientemente nuestra
forma de relacionarnos con aquel a quien amamos, porque en el fondo, el amor se
reconoce por nuestras memorias anteriores como concepto abstracto en el
constructo psíquico que se basa en experiencias vividas. Por eso hay personas
que se fusionan excesivamente con el compañero/a y viven una dependencia
extrema, porque, generalmente han vivido una separación o una relación muy
corta con la madre en ese momento primitivo, y viven en esa nueva persona,
hombre o mujer, un desplazamiento de afectos maternos. Por lo tanto volver a
perder a la madre es algo que no se puede soportar, y de ahí la entrada en
depresión o en respuestas violentas y maniacales para evitar el contacto con la
depresión.
Nacemos con la capacidad de amor, de abrirnos al otro, porque
solamente si hay un movimiento hacia fuera nuestra estructura está en
movimiento, está reciclándose energéticamente y por lo tanto está viva.
Un ser humano que esta solamente en una situación de
narcisismo permanente, es decir, en el que solo se ve a sí mismo es una persona
que progresivamente va imaginando la realidad y desarrollando una dinámica
patológica. En última instancia, podríamos decir que el psicópata es el
sujeto que ha llevado el narcisismo al extremo de imaginar la realidad de
contacto con el otro, sin emocionalidad, hasta el punto que puede destruir sin
alterarse. Hay mucho psicópata cívico, no solo en las cárceles.
La psicopatía social existe como fenómeno en cuanto que se
dan ciertos círculos y en ciertas personas en el momento en que se cierran a la
posibilidad de amor, de expandirse, de entrar en relación con el otro, por
diversas circunstancias, no por un cuestión voluntaria. Esto está vinculado a
la educación, en la que el niño ve reprimidas sus respuestas, sus capacidades
y sus necesidades expansivas, y va refugiándose en un imaginario que le impide
el contacto con la realidad; cuando no se vibra y no se siente al otro cualquier
comportamiento destructivo puede ocurrir, el impulso surge en forma caótica y
no hay emocionalidad, por lo tanto no hay censura ética que lo frene.
Las familias en que alguno de los dos padres viven esta
situación son muy conflictivas porque el nivel de violencia es muy alto y los
hijos, que la reciben continuamente, no tienen posibilidad de canalizarla; el
modelo de referencia que tienen es de petrificación, es decir, de ausencia de
experiencia emocional. Por lo tanto, lo único que queda es la posibilidad de
expresión de esa emoción fuera del núcleo familiar y esos niños empiezan a
necesitar la emergencia de las pulsiones destructivas que viven en la familia y
que no pueden expresar en otros círculos.
Es cuando se da paso en gran medida a circuitos que están en
el fondo permitiendo la canalización de esas pulsiones que en el núcleo
familiar no se pueden expresar ni vivir; gran parte de la delincuencia juvenil
se provoca en los sistemas familiares que son el caldo de cultivo de esa
violencia social posterior o paralela. Esto sirve como referente en la
Psicología forense para entender ciertas respuestas extremas, delictivas. Pero
a menor escala también hay un nivel de emocionalidad reprimida, de asepsia, de
un cierto estado de zombi en el cual el elemento narcisístico cada vez es mayor
porque se va perdiendo la capacidad de contacto con el otro.
En cierta forma los mecanismos sociales en los que estamos
inmersos facilitan esta falta, creando modelos de referencia que limitan la
posibilidad de construir un modelo propio de identidad, forzando ritmos y
dinámicas que distresan y rompen nuestra capacidad de actuación espontánea y
en el fondo, facilitando un individualismo basado fundamentalmente en el amor a
los objetos, al tener, en vez de favorecer el ser y el estar. Como decía Erik
Fromm, prevalece el tener sobre el ser. Entonces podemos hablar de una sociedad
que tiende cada vez más a valorar al ser humano positivamente por tener muchos
objetos, y entre esos objetos muchas veces están las personas, y entre esas
personas muchas veces está la pareja. A veces se está con alguien porque es
estético. En muchas sesiones de pareja que hacen terapia aparece esa sensación,
sobretodo en la mujer, de sentirse "florero", es decir, sentir que su
pareja está a su lado porque viste bien, porque es bonita y queda bien en las
reuniones de sociedad. Pero sin sentirse amada, se siente poseída. La
pertenencia prevalece sobre el "estar con" y ese es un problema que se
ve frecuentemente en terapia de pareja, así como cuando el periodo inicial de
enamoramiento se va modificando y empieza a convertirse en una realidad que
pierde la perspectiva y el motivo inicial de encuentro se difumina y se
convierte en un intercambio, en una permanencia por mantener intereses y
necesidades comunes.
Ese es el riesgo de la institución del matrimonio, que puede
caer en la rutina y se convierte en una relación perversa, porque cualquier
motivo va a ser válido para permanecer, para no perder algo que se siente
propio. Algo que en un principio es culitativamente hermoso, forma parte del
instinto, de la viseralidad, se convierte progresivamente en un monstruo que va
devorando toda flor que existe a su alrededor. Es un proceso humano. El rasgo
narcisístico del que he hablado y que todos en alguna manera tenemos, nos
impide asumir que las cosas son temporales, para empezar, la vida es temporal.
Tenemos un tiempo de existencia, pero normalmente vivimos con un ritmo
existencial de temporalidad, con la sensación de que vamos a ser siempre los
mismos y todo a nuestro alrededor va a seguir igual. En nuestro esquema
psíquico buscamos siempre una evitación del cambio, de la misma manera que
existe una homeostasis fisiológica que nos permite un equilibrio frente a
aquello que puede ser nocivo. Es decir que inconscientemente evitamos cualquier
movimiento que nos pueda suponer romper los esquemas espaciotemporales sobre los
que sentimos una cierta seguridad, y por eso hablar del final de algo siempre
crea una ansiedad porque nos lleva a la idea, al temor del final de la vida y
nos comunica con el temor a la muerte, que este momento es más tabú que el
sexo, a diferencia de otros tiempos.
Cuando empezamos una relación todos y todas sabemos que esa
relación puede terminar, pero ya en la legalización de la institución se hace
hincapié "Hasta que la muerte nos separe", significa, hasta que algo
externo a nosotros nos separe", lo cual limita ya la libertad de decisión,
del "hasta que la muerte de aquello que ha motivado nuestro encuentro nos
lleve a separarnos". Es decir, hasta que la función termine, deje de
existir, acabe su cometido. Y si la función que tiene la pareja humana es la de
desarrollar la capacidad amorosa de cada individuo, puede ocurrir que ese
sistema empiece a no ser válido para el desarrollo personal de uno de sus
miembros y a partir de ese momento tiene que haber un replanteamiento real y una
asunción de la crisis. No es como antes, algo ha ocurrido que lo que era ya no
es y por tanto tenemos que afrontar una realidad nueva de las cosas. Esa
realidad nos puede llevar a modificar la relación para cualitativamente
aumentar la capacidad de placer, de desarrollo, de expansión, de comunicación.
Ese conflicto puede venir motivado por un cambio de valores
individuales, por un cambio de trabajo, por la entrada de una tercera persona
dentro del marco sexual, por el nacimiento de un hijo, por el fallecimiento de
un familiar de uno de los miembros de la pareja, o por cualquier otra
circunstancia cotidiana que influya directamente en la psicología de la
emocionalidad, y eso repercute en su ecosistema mas próximo. La pareja es un
sistema vivo, nadie puede garantizar qué nos va a ocurrir mañana como pareja
porque nadie nos puede garantizar qué nos va a ocurrir individualmente. En
momentos determinados, el impacto se produce de forma traumática porque hemos
perdido la capacidad de darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro
alrededor y perdemos el contacto con lo que está pasando con nuestro
compañero/a quien de pronto expresa su falta de deseo sexual, su poca
motivación para compartir actividades, la presencia de una tercera persona, o
su interés en la separación. El problema es de los dos, de quien no se da
cuenta y de quien creía que el otro se estaba dando cuenta. Llega un momento en
el que el bloqueo en la comunicación lleva al uso del imaginario y a crear e
interpretar la realidad.
En ese momento es cuando, necesariamente, tenemos que asumir
la crisis que implica un replanteamiento a tres niveles fundamentales: el
cognitivo, es decir, cómo nos comunicamos, qué niveles de transmisión de
valores, ideas, aficiones, proyectos existe con esa persona. Un segundo factor,
qué nivel de intercambio emocional existe, de afectos, cariño, tristeza,
anhelos, frustraciones. Y por último qué capacidad de placer tengo con esa
persona, de goce, de abandono sexual. Un buen test permanente en la pareja es ir
analizando cual de estos aspectos va debilitándose en la relación, pero los
tres tienen una importancia muy grande porque en el fondo estamos hablando de un
sistema que comparte la vida cotidiana. Habrá momentos de la vida en que se
dará mas importancia a esa empatía sexual y momentos en que será mas
importante la afectiva, la cognitiva, o la identificación laboral y social.
Depende de momentos vitales, de edades y de circunstancias pero tienen que estar
presentes porque significa que está habiendo una globalidad de la relación. Si
esto no sucede, se está evitando el crecimiento, el desarrollo de facetas
vitales para las dos personas y que van a vivir fuera de la relación. Es
necesidad, se parcializa, y empieza a separarse y a romperse progresivamente la
pareja.
Esos tres niveles nos hablan del momento real de la pareja y
nos lleva a plantearnos la posibilidad de replantear o de darnos cuenta de que
es un momento definitivo donde ya no hay posibilidad de reconstruir y es cuando,
en el último acto de amor, se debería buscar la muerte de ese sistema desde
una perspectiva de transformación creativa para cada uno de los miembros, no
como un fracaso, sino como un acto de cambio y por lo tanto de final que
facilita una transmutación.
En la escala de valores de esta sociedad, la ruptura de la
pareja sigue viviéndose como un fracaso. Incluso en la sociedad norteamericana
que es donde estadísticamente -junto con los países nórdicos en Europa- hay
mas separaciones, es muy interesante ver cómo la nueva relación intenta
ocultar o negar, olvidar la relación anterior y eso se ve mucho en la relación
con los hijos. Cuando un hijo de dos personas pasa a vivir con la nueva
relación de la madre o del padre, vuelven a crear un matrimonio nuevo, ese hijo
llama "papá" o "mamá" a esa nueva persona, no a la madre o
al padre biológico. Algo que se olvida es algo que se vive con culpabilidad,
que se tiene que esconder. Se ha hecho mal. No tenemos por qué negar nuestra
vida. Hemos vivido un tiempo con esa persona y ahora estamos con otra, pero esa
persona no muere físicamente, no desaparece y mas si es la madre o el padre de
nuestros hijos; pero como se lleva a situaciones tan extremas, esa continuidad
puede existir cuando lo que permanece es el odio y la destructividad. Ante la
destructividad, lo único que se puede hacer es olvidar.
En el proceso de separación hay que velar por sus
consecuencias y asumir la responsabilidad que, como ecosistema social, el
matrimonio tiene con aquellos que sobreviven en ese ecosistema, que son los
hijos. La familia es un ecosistema compartido donde hay los niños que están
nutriéndose y desarrollándose, por tanto, viéndose afectados por los procesos
de los adultos quienes pueden facilitar el desarrollo de los hijos, o pueden
frustrarlos, truncarlos, o crear dinámicas de autoadaptación mas o menos
violentas. No es lo mismo una separación a los cuatro años que al los ocho o a
los doce, porque la dependencia afectiva, nutritiva al ecosistema es menor o
mayor, y por tanto la posibilidad de objetivizar las cosas con los hijos
dependerá en gran medida de la edad. Sin embargo, no hay una edad mejor que
otra, lo que tenemos que analizar son las consecuencias y buscar la forma de
paliar los efectos negativos. Pero está claro que a partir de los diez o doce
años ya hay una capacidad de asimilación muy grande de los efectos del
ecosistema, y por lo tanto, el disturbio que se pueda provocar es mínimo,
mientras que, de los tres a los seis o siete años el niño vive un proceso de
asentamiento muy delicado para producir movimientos porque los modelos de
referencia están introyectados como entidad, como familia.
Lo mas importante es que el proceso de separación sea
progresivo, que tenga un cierto ritmo y que sea lo menos violento y lo mas
compartido posible, que sea un proceso de complicidad donde los niños, a partir
de determinada edad, puedan también participar, es decir, ser conscientes de lo
que está pasando. Normalmente se vive la separación como algo que corresponde
solamente a la mujer y al hombre, y en cuanto que ya hay hijos, y por lo tanto
hay un sistema familiar mas complejo, hay que tenerlos en cuenta desde el
principio para que ellos entren en esa realidad. Es un gran error separar la
realidad de los adultos del mundo de los niños porque los niños captan lo que
ocurre, aunque nosotros queramos evitar los conflictos, las discusiones, los
afectos negativos, y además sienten que no se les tiene en cuenta, que no se
les reconoce, que viven esa experiencia en soledad, con lo cual se agrava el
conflicto, porque el niño se aísla, sintiéndose desplazado de la realidad
familiar.
Por eso es importante que desde el principio el niño pueda
vivir la separación como un proceso lo mas natural y humano posible - porque es
humano, y el ser humano vive pulsiones y afectos de todo tipo- y forma parte de
la realidad que el niño tenga acceso al mundo del adulto, a conocer esa
dinámica de desamor, sobretodo con la idea de que el desamor es el de los
padres, no hacia ellos. Hay un mecanismo inconsciente que se produce en los
niños, y es que si no se les hace conscientes de la realidad del adulto y de
las causas de la separación, que puede ser simplemente el desamor -no tiene que
haber grandes odios ni gran destructividad- pueden sentir que son ellos los
culpables de este paso. Algo han hecho mal en su imaginario, y esa es una carga
que siempre llevan, que se observa después en la psicoterapia de adultos cuando
han sido hijos de familias separadas. Para evitar esa culpabilidad tiene que
compartir en comunicación con esa situación de desamor y participar en el
proceso. Eso es algo que se hace en la terapia de familia de los procesos de
separación.
Como expresé anteriormente, la idea de separación se vive
como idea de muerte, y por tanto como algo terrible, porque en ese momento
conectamos con el miedo a nuestra muerte ya que generalmente la relación que se
crea con la pareja es fusional, psíquica y emocionalmente hablando, hasta el
punto en que existe una referencia yoica en el otro. En el momento en que el
otro realmente no está, tenga la sensación de que no está, o de que no va a
estar, la persona entra en el pánico de perder su propia sensación de existir.
Por eso en muchas separaciones aparecen las respuestas depresivas. Entra en
auténtica depresión porque empieza a vivir una emocionalidad totalmente
vacía, pierde el sentido de su realidad, de su vida. Esto significa que en ha
creado una dependencia muy grande en la cual el otro "le ha robado el
alma", hablando poéticamente, y se producen reacciones de pánico muy
fuertes, intentando por todos los medios frenar ese proceso y evitar el
conflicto, el movimiento y el sufrimiento. Se coloca en una situación de
búsqueda de estabilidad, de estatismo y ahí es donde aparece el sufrimiento
crónico y la institución empieza a pervertirse, porque se crean mecanismos
para evitar la asunción de la realidad, de que posiblemente el sistema ya no
facilita la función originaria. Digo posiblemente porque primero es importante
asumir la crisis y permanecer en ella, intentar transmutar juntos, es decir,
intentar que ese cambio sea positivo para los dos y esa relación se modifique.
Eso puede ocurrir dentro de la pareja o con la ayuda de un especialista en
terapia de pareja, que tiene una cierta funcionalidad y dinamización de
impulsos estáticos, siempre que las dos personas sientan que, solos, no tienen
capacidad de resolución.
No necesariamente hay que esperar a la decisión de la
separación, sino que puede haber un plano preventivo, cuando llega un punto en
que se vive una crisis por infidelidad, por enfermedad de uno de los miembros de
ese sistema, o por cualquier circunstancia que lleva a un conflicto, una
tensión exacerbada que no se palia, no se reduce. Por otra parte, en cuanto
menos participen familiares en los conflictos de pareja, mejor, porque hay
interferencias inconscientes, intereses, afectos que pueden evitar la
objetividad de la situación. En este caso es mas positivo el consejo de un
amigo porque puede ser mas objetivo. De todas formas, en un conflicto de dos es
muy difícil que participe alguien que tiene vínculos afectivos.
Si de esta manera se intenta durante un tiempo un cambio que
no se produce, y esa relación facilita el sufrimiento, aunque sea de una de las
dos personas, hay que plantearse la finalización como algo positivo. El fracaso
está en la cobardía de no asumir la soledad coherente, la realidad, que
implica el dejar que la otra persona viva libremente y pueda seguir creciendo
porque una relación se crea y se mantiene cuando es mutuo el deseo de
entregarse a ella. De lo contrario se convierte en un constante mensaje de
"tu me vas a evitar el sufrimiento estando conmigo". La otra persona
entra en la defensa y de ahí en la violencia y la destructividad, situación
que puede permanecer en el tiempo, afectando, como ya he dicho, a todos los
miembros del sistema familiar.
Los seguimientos que hemos hecho desde la psicología de las
familias que viven en dinámicas destructivas han mostrado la existencia de dos
tipos de destructividad. La digital que es directa, y la analógica que es
sutil, como el chantaje, la amenaza, la culpabilización. Como ejemplo cito a
una pareja que, cada vez que él se imaginaba que la mujer iba a decirle algo
conflictivo, él entraba en una reacción cardiaca que le llevaba al hospital.
Automáticamente la mujer paraba porque "no podía sentirse responsable de
la muerte de su marido". Así estuvieron diez años hasta que llegaron a la
consulta y desciframos la clave del "enfermo imaginario" (la obra de
teatro de Moliere). No se iba a morir, pero ella, con razón, no se arriesgaba y
así se frenaba el movimiento. El mismo sufría porque se daba cuenta de que
estaba creando una reacción de evitación del conflicto y su mujer no estaba
feliz, pero él no podía evitar esa situación psicosomática.
Otro ejemplo es el de las culpas vinculadas a los hijos, los
chantajes afectivos, culpando al otro por el futuro malestar y conflicto de los
hijos, a partir del abandono. El chantaje económico, donde la mujer tiene
todavía una situación de debilidad frente al hombre a niveles legales y
jurídicos: "Si me dejas, no hay dinero". Ocurra así o al contrario
estamos entrando en dinámicas de perversión, donde ya no hay amor sino
destrucción mantenida, y cuestionamos la causa por la que se mantiene esta
situación, en la que ya no hay deseo sexual o muy poco, ni deseo de
comunicación, en la que se llevan vidas paralelas y se comparte el espacio
-algunas horas en la noche- y en la que no hay una transmisión de afectos, no
se vibra con esa persona. Las respuestas son muchas, desde intereses múltiples
hasta incapacidades personales, y ahí es donde la psicoterapia puede ayudar,
cuando realmente una persona no puede abandonar a su pareja porque se siente
culpable, y no se da cuenta de que con su actitud está reforzando la patología
de su cónyuge, que el otro siga convencido de que esa forma de actuar
victimista es la adecuada, es la que permite un poder, manteniendo la doble
patología. El que hace de víctima se sigue sintiendo víctima y el que
desarrolla un sadismo masoquista, pasivo, sigue desarrollándolo. Este chantaje
es mucho mas duro aveces que la reacción violenta porque cuando hay odio
directo, digital, cuando hay violencia física o infidelidades manifiestas, por
ejemplo, empieza a haber motivos concretos y es mas fácil dar el paso.
Muchas veces se provocan razones de odio inconscientemente,
pero cuando existen dinámicas muy sutiles, sadomasoquistas, donde aparente todo
está bien pero en el fondo no hay relación, es muy difícil separarse y pueden
pasar años de convivencia monótona, rutinaria, aburrida y cancerígena - en el
sentido metafórico de la palabra- es decir, degenerativa, y que ocurre cuando
alguno de los dos despierta, generalmente porque aparece una tercera persona y
decide cambiar la situación.
Lo que está claro es que el distrés en la relación de dos
puede ser muy fuerte porque no hay posibilidad de escapar, a no ser que sea por
un tercero. Y si hay salida por un tercero, se pone en riesgo completamente la
relación. Sabemos que se crean dinámicas psicosomáticas importantes en
ciertas personas por conflictos conyugales no resueltos, así como cuando hay
violencia directa, alcoholismo o drogadicción. Por ejemplo, hay una gran
cantidad de mujeres maltratadas que mantienen el matrimonio y que son, ellas
mismas, las primeras que no ponen denuncias y siguen manteniendo la relación,
además de justificar el acto violento del marido. Esas son las situaciones que,
aparte del chantaje emocional y la amenaza, forman parte de la incapacidad
personal de relacionarse. En estos casos, la víctima no puede dejar de serlo
porque es mayor el sufrimiento que siente si imagina la disolución de ese
matrimonio, que el sufrimiento de compartir una violencia doméstica permanente.
Dentro de esa violencia hay niveles de distres y sufrimiento patógeno muy
fuertes.
En la situación en que uno quiere dejar la relación y el
otro no, los dos miembros de la pareja sufren. Por eso es importante buscar una
resolución, que dependerá en gran parte de la respuesta psíquica, de la
capacidad de tolerancia y de adaptación, de la búsqueda de recursos externos,
compensatorios. Aparentemente quien sufre es la "víctima" , quien
siente que el otro le hace daño, que es malo, que está provocando el
disturbio, que quiere irse, que ha dejado de amar, que ha perdido la pasión,
que no lucha, que no mantiene la familia, pero ese discurso repetitivo y
culpabilizador, hace sufrir permanentemente a la otra persona porque, en
principio, ella no quiere hacer sufrir. Simplemente está encontrándose por un
momento vital en el que ya no está cumpliendo las expectativas que la otra
persona tiene y a partir de sentirse culpabilizado, se siente con una gran
responsabilidad que también le hace sufrir hasta el punto de mantener una
relación que ya no le da placer. Si no hay un deseo de reencuentro por parte de
los dos, siempre va a existir una dinámica de poder. El deseo puede ser
diferente, una persona se puede sentir muy enamorada del otro y el otro puede
solamente sentir una atracción o un deseo de cambio. Pero si quiere continuar
la relación puede haber una posibilidad de encuentro y reconciliación. En el
momento en que una de las dos personas no quiere, se acaba el sistema o se entra
en un sufrimiento, que curiosamente es compartido, que es lo contrario de lo que
en un inicio los unió. Si les unió un amor compartido ahora les une el
sufrimiento compartido.
Entonces, en un sistema siempre hay responsabilidades en lo
que ocurre. Nunca se puede asumir la culpa única, aunque jurídicamente siempre
exista un culpable. Desde la teoría de sistemas esta es una falacia porque
siempre hay una responsabilidad compartida. Recordemos la novela, el arquetipo
de Frankenstein, que nos hace reflexionar: Hay alguien que crea al monstruo y no
lo reconoce; en el momento en que no lo reconoce empieza a destruir y la
responsabilidad aparente es de quien destruye, del monstruo. Generalmente en
esta sociedad juzgamos, cuestionamos y criticamos a los Frankensteins pero nunca
a aquellos que crean los Frankensteins. Por ejemplo, el toxicómano es el
delincuente porque con la droga se puede llegar a matar. Pero quien está
creando ese drogadicto? Qué responsabilidades sociales, institucionales,
cívicas existen? Se juzga a los Frankenstein.
En la relación de pareja ocurre lo mismo, generalmente se
busca a un culpable, y aunque aveces lo haya, por ejemplo a la hora de decidir
la tutela de los hijos o el tema económico, generalmente la responsabilidad es
de los dos. Por ser de dos se ve muy fácilmente un mecanismo social general y
muy perverso que es la paranoia, donde siempre creemos que el otro nos va a
destruir. Ahí está la lógica sistémica de la introducción de un tercero en
la relación, el especialista en terapia de pareja, que intentará facilitar la
comprensión, la lógica emocional e inconsciente que lleva a esa crisis, que si
no es resoluble, potencie un camino de crecimiento individual para los dos, es
decir, una salida creativa a un momento de anquilosamiento, de degeneración, de
rutina y de impedimento del proceso personal en el sistema de la pareja, de
manera que esas personas puedan volver a encontrarse con otra pareja, recordando
una vez mas que siempre existirá la temporalidad, lo que significa que cada
momento que vivimos se acaba y que por lo tanto debemos vivir intensamente, es
decir, conscientemente.
Por eso es importante tener en cuenta que, los procesos
relacionales no solamente se pueden explicar corticalmente. No somos libres de
nuestras emociones y por lo tanto, solamente tomando en cuenta esa dinámica
inconsciente, podemos comprender mas globalmente la realidad y ser mas
tolerantes, que no quiere decir débiles, sino acercarnos a la realidad del
otro. Si eso se vive, sea el tiempo que sea, cuando llega el momento de
reconocer la falta de funcionalidad de esa pareja, vamos a vivirlo
satisfactoriamente porque reconoceremos que gracias a compartir la vida con la
otra persona hemos podido crecer y desarrollar una capacidad vital que es la
capacidad de amar.
Por Pareja: origen, desarrollo y final.
Artículo de XAVIER SERRANO HORTELANO